No es nada personal.

Llevo un tiempo escuchando una frase en personas que intentan justificar conductas de otros o quitar hierro a situaciones tensas o encontronazos. La muletilla en cuestión es: “No es nada personal”. Paso a exponer algún ejemplo para que se entienda su uso, porque ciertamente me tiene anonadada. Mi comprensión sería más clara si se utilizara ante un comportamiento propio, como forma de exonerarse, pero lo llamativo de esto es que se emplea para exculpar a una tercera persona.

Si estoy en un bar y el camarero se olvida su simpatía en casa y me atiende con dureza, mi acompañante o yo misma podría defender la situación empleando un “no es nada personal”. De esta manera intentaría hacer patente que su actitud habla más de él y sus fantasmas cotidianos que de su relación conmigo.

Si una amiga se cabrea de manera descomunal y su ira estalla llevándose a otros por delante, pasaría algo similar. Su comportamiento, fuera de lugar y desquiciado, estaría más vinculado con ella y los sucesos que le tocan vivir que con nosotros, los pobres diablos que recibimos estoicamente sus locuras.

Después de esta breve explicación, haré uso de este espacio para afirmar y para que quede constancia de que esta idea y la frase adosada a ella que da título al post me parecen una reverenda tontería. No estoy para nada de acuerdo con ella, ya que con su uso se podrían justificar las actitudes más ruines y las acciones más crueles.

Mi opinión es que todo es personal. El hecho de que una persona resuelva sus frustraciones con uno y no con otro, también lo es. Ser elegido como diana de comportamientos fuera de lugar es eso mismo: una elección que se lleva a cabo y que nace de aspectos intrínsecos de esa persona.

Hay que partir de que en esta vida pocas cosas son realmente objetivas. Todo aquello que surge de una persona lleva implícito, en mayor o menor medida, un tinte subjetivo, aunque sea dado por patrones o conceptos inconscientes.

Hemos sido testigos, en más de una ocasión, de dependientes que tratan con brusquedad a un cliente mientras se desviven en cortesía con otro. Seguramente nos ha parecido injusto. Ni qué decir si el objetivo de ese desprecio somos nosotros. También vemos a menudo, y más en estos tiempos de sobreinformación en el que todos nos hemos convertido en máquinas emisoras de opiniones, cómo se juzga por acciones o palabras a unos, y lo mismo en otros pasa totalmente desapercibido. No somos objetivos y sería una falsedad creerlo.

El argumento que refuto y que me lleva a escribir esto podría considerarse una buena herramienta para motivar la empatía, pero ¿acaso todos debemos ser dignos de ella? Quien exorciza sus frustraciones con los demás, ¿no debería desarrollar también su empatía hacia ellos?

Todos libramos batallas personales, algunas más duras que otras, pero eso no justifica que nuestro entorno sea blanco de un sufrimiento interno y personal que sale desbocado. ¿Y si el de enfrente también tiene una mal día, mes o año?

Todo es personal, hasta nuestra elección de afrontar los problemas y el sufrimiento. Ser hiriente, soberbio, maleducado o agresivo no deberían ser vías para el desahogo. Algo que he aprendido en los últimos años es que las personas que sufren los mayores contratiempos suelen ser las más empáticas, sosegadas, fuertes y enteras. Esas personas deberían ser nuestro modelo de actuación. Dejemos de fomentar y utilizar frases como “no es nada personal” y empecemos a poner de moda “todo es personal, seamos buenas personas”.

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